Con qué letras, palabras, imágenes podría intentar aproximarme a una descripción del terror, de la desolación y la nostalgia que produce en cualquier ser humano, el observar un escenario como el de Gramalote.
Pues bueno, un intento, el más probable es hablar desde la sensatez más próxima; siendo las5 y 30 de la tarde de aquel diciembre distante solo por algunos meses, surqué una travesía para llegar hasta aquel sitio que se mencionaba en noticias locales y nacionales, como un pueblo tragado por la tierra, como fue descrito en algunos medios de comunicación. Tras iniciar una labor filantrópica o tan siquiera humanitaria, decidí en compañía de un par de amigos y colegas, reunir ayudas materiales para los damnificados; esto sin conocer el escenario que habría de enfrentar más adelante.
Ayudas fueron recibidas, sin estimar un cálculo exacto, pero la aproximación enaltece la labor y la disposición resuelta, toda una comunidad “la mía” en el sector del área metropolitana, exactamente en el municipio de los Patios en aquel lugar llamado hogar, mi hogar, se recaudaron grandes donaciones para de alguna manera no presenciar como observadores impávidos, más contribuí con lo poco que se convertiría en lo valioso e imprescindible.
Luego de establecer el grupo que iría hasta la zona de desastre, terminamos de llenar una camioneta entera con dichas ayudas, muchas en parte gracias a la labor del Instituto de Salud Departamental, en garantía de su contribución y supervisión. El camino iniciaba y ya el cansancio producido por cargar cajas y cajas llenas de ropa, víveres, elementos de aseo personal y todo aquello que estuviese a la mano cercana de adjuntar. La carretera se convirtió en nuestro Aqueronte, y el destino sería el Tártaro, más las ganas de hacer parte de esto que se estaba gestando disminuían y casi que hacían olvidar cualquier presagio de nostalgia, más errado no podía estar.
Llegado el punto del no retorno nos establecimos en la iglesia del municipio de Santiago a unos escasos 30 a 45 minutos de Gramalote; allí dejamos la totalidad de las ayudas, esto para garantizar la debida organización y control por parte de la defensa civil y demás organismos que estaban a cargo de estos elementos. Allí permanecimos unos cuantos minutos, en tanto una de nuestras acompañantes de viaje decidida a llegar hasta las ruinas de su hogar en el pueblo destruido, motivo un gran interés de mi parte para ser testigo de tanto de un momento histórico en nuestra región, como participe en mi campo profesional como reportero gráfico.
No más de 35 minutos pasaron hasta que llegamos a un punto donde no había más paso, puesto que una gran fila de volquetas, camiones, taxis, motos y demás transportes, se aglomeraban a la salida del pueblo en desgracia para rescatar lo más posible, las pertenencias adquiridas con los años producto del trabajo y la conformación de un y 5 mil hogares más.
El rio esta vez no llevaba agua, era gente que caminaba una tras de otra cargando vajillas, bolsas con ropa, puertas, incluso algunos hombres cargaban neveras enteras en sus espaldas, motivados tal vez por una fuerza abrumadora que describo como terror. Desde ese punto me separé del grupo con el que había llegado, ya eran las 5 y 30 de la tarde y la luz no me serviría mucho tiempo, así que me separe y corrí lo más veloz que pude hasta llegar a las puertas mismas donde Servero no sería un can de mitológico de 3 cabezas, sino un titán de tierra y lodo que vaticinaba un escenario aun más cruel y desgarrado.
Subiendo, cuesta arriba, con mi cámara y trípode en la espalda, intentado ayudar a quien pudiese de la manera que fuese posible, mientras al mismo tiempo trataba de capturar el registro de esa imagen en 360º de destrucción, pena, dolor y desconsuelo, pero que al mismo tiempo enaltecía el valor, el coraje y la valentía de sus habitantes por permanecer cuerdos y activos en medio de lo que puedo describir como una zona de guerra.
Tras subir aquel montículo gigantesco de lodo, en donde por cierto casi pierdo mi cámara tras caerme en procura de que no lo hiciera un pequeño joven que subía delante de mí, ya con barro en mi ropa hasta la rodilla exactamente, y ni siquiera había entrado al pueblo mismo. Luego de conqustar esa cima, sencillamente seguí el camino que trasaban los pasos de quienes iban delante de mí, hasta encontrar las arterías viales del pueblo.
Pero como pude entrar, las especulaciones decían que estaba restringido el paso, que la policía teina cordones de seguridad, que era imposible llegar; pues bueno es muy sencillo, un oficial de policía al que le pedí un permiso para entrar me respondió “ el que quiera entrar, a esta altura entra por su cuenta” textualmente y con un tono de voz que delataba cansancio e impotencia, puesto que ya la policía se limitó a ayudar a bajar los enseres de estas personas desde aquella montaña que he comentado antes.
Asi que pasado el primer percance me adentre entre grietas y pensamientos, llantos y miradas vacías, trotaba más que caminar propiamente, girando en todo momento para tratar de hacerme una idea universal de en donde demonios estaba, en donde las preguntas no dejaban de nublar mi perspectiva, ¿Qué hago aquí?, ¿esto está pasando realmente? ¿Hasta donde llegaré?... entre tantas lógicas e incongruencias. No me culpo la imagen tangible y fría de ese lugar aterroriza a cualquiera, nos hace replantear nuestra condición humana y reconocer lo frágiles que somos ante el mundo que nos rodea y que pretendemos abarcar y dominar.
Ya entrada la tarde y su obscuridad, decidí que visualmente el punto neurálgico sería el parque principal, por su espacio y distribución de casas, locales, la iglesia y el parque mismo; al llegar allí lo primero que fotografíe fue la iglesia ya sin una de sus imponentes torres, primero con mi mirada y luego con mi cámara, hice varias tomas, sabía que era uno de los últimos en poder registrar aquel día de forma visual y en las condiciones en las que se encontraba. Por curioso que parezca no falta ese detalle que nos hace pensar que la vida por trágica que sea es un teatro dispuesto al espectáculo de lo ilógico; mientras fotografiaba dicha iglesia se acercó un señor a menos de 3 metros de la puerta de la misma, en donde podían escucharse caer los fragmentos de concreto y madera de la parte superior, claro, que la única persona que podría cometer tal acto, era el famoso borracho del pueblo, ese personaje que en su ebriedad, tal vez más por la perdida de su hogar y su comunidad, y por que no de su vida, más que del alcohol propiamente, comenzaba a tirar de las cuerdas que se descolgaban del campanario de la torre aun en pié, luego de cometer el mismo acto que aquel señor, puesto que me acerqué lo suficiente para fotografiarlo y grabar unas tomas, decidí subir hacia otras cuadras más apartadas y que de una manera imponente eran la descripción del terror.
Seguido de subir un par de cuadras, alcanzando a separarme bastante de cualquier persona que estuviese cerca, tomé mi trípode y monté mi cámara, hice unos planos y decidí grabar un clip de 360º desde el punto donde convergen las esquinas de dos calles que se convierten a su vez en cuatro caminos por donde la mirada se pierde tratando de descifrar que es lo que se esta contemplando, destrucción por doquier, incluso en el video observaba que no había diferencia alguna, todo estaba tan absurdamente parecido, pues la imagen de la destrucción es la misma, solo cambia el escenario, y este, en realidad, parecía un lugar donde hubiese detonado una bomba de una magnitud impresionante.
Pasados unos minutos y ya sin luz me disponía a tomar las últimas fotografías, había decidido aventurarme a entrar en una casa sin el más mínimo concepto de seguridad de mi parte, impulsado por la adrenalina quizá, o tal vez por el impulso de consagrar un momento y encuadre único e irrepetible, tantas eran esas variables que por un momento agradecí el detenerme automáticamente ante la puerta de este lugar, un ligero pensamiento que incita a pensar, a volver a la lógica me hizo desistir de entrar en aquel hogar ya en ruinas; así que tomé la fotografía desde afuera, y camine unos cuantos pasos hacia una parte más elevada de la misma calle, cuando la sorpresa del estruendo que volteó mi mirada y mi completo terror, me mostraba que aquella casa donde pretendía entrar había desplomado una pared desde el segundo piso, lo que produjo el sonido más abrumador que haya escuchado, puedo decir que se sentía como si un relámpago te partiera el pecho, desde el cuello al corazón, sintiendo esa ramificación por todo el cuerpo que paraliza, y que por obvias razones me mantuvo en un estado de shock momentáneo, casi que en segundos del cual pude despertar instantes después para seguir con la enfrenta en la cual me había metido, por mis intereses y vocaciones personales.
Luego de ese momento tan fuerte, mi concepción sobre mi mismo entorno al contexto en el cual estaba siendo tragado por mis propios temores e inseguridades, animado sencillamente por mi pasión y entrega a ella sin pensamientos a futuro, sin asumir el riesgo como algo fundamental y trascendente en mi vida.
La historia se desarrolla en una acumulación de sucesos dignos de ser narrados, por ahora esta es la primera parte del como llegué hasta ese lugar que llamaban hogar miles de personas, y que se resumía a un montón de escombros y despojos dignos del infierno extraído de la imaginación de Dante Alighieri dispuesto al teatro del horror de lo humano y lo real.
por: r i c a r d O t e r o
Archivo fotográfico bajo este texto.