Ricardo Otero |
Nace ante los hombres la posibilidad de enfrentar la tiranía y transformar a los pueblos, otorgarles la dicha y esperanza, devolver el valor de la dignidad a cada uno de los que ocupamos estas tierras que son nuestro hogar, la dicha de regocijarnos bajo la sombra del árbol que contempla el universo, donde cada hombre, mujer, anciano niño y hasta animal, merece la potestad sobre su vida, sobre su existencia, donde el placer de beber agua del manantial y dormir bajo el abrazo cálido de las noches sean nuevamente el deleite de la naturaleza y el hombre, y hoy, en este día de octubre donde los pájaros silban las melodías de la libertad y el cielo destellante nos cobija con el crepuscular dorado que simboliza el fin del día y a su vez de la tiranía y el terror de la injusticia, hoy, nos alzamos en contra de las leyes que siendo injustas no pueden de ninguna manera ser leyes.
Conmemoremos en los días pro siguientes en el vasto e infinito destino de los hombres libres, un grito hacia la eternidad, una promesa a nuestros dioses y demonios, que ningún hombre sobre esta tierra será obligado a recorrer los pasos de la miseria y la infamia, ningún hombre será la sombra de otro, ningún hombre tendrá más poder que el que su conciencia, su nobleza y sus virtudes puedan otorgarle.
Hoy un día en el que recordamos a los héroes, remembramos sus gloriosas palabras, sus conquistas sobre la maldad que enmarca la historia de nuestra raza en las eras que se desintegran en la memoria, aquella que hoy nos enaltece con la victoria de la conciencia y la esperanza, recibamos ante nosotros los amanecer del mundo con gallardía y nuestra voluntad de actuar, de enfrentarnos a la injusticia y la corrupción, seamos hoy y siempre hombres dignos de ser recordados por la historia de nuestra humanidad, de nuestros sueños e ilusiones, ilusiones que son titanes ante la barbarie y la crueldad, vivamos hoy como hombres libres, como hombres dignos, caballeros del día y guardianes silenciosos en las noches y las sombras que no acobardarán jamás nuestro corazón de león y nuestra alma de dragón.
Javier Ricardo Otero
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